Mar del Plata, una ciudad de encanto costero y tradiciones arraigadas, se enfrenta a un desafío que amenaza su tejido social: el flagelo de la droga. En los barrios, la sombra de la adicción se cierne cada vez más densa, mientras la impunidad reina y la violencia callejera se intensifica. La falta de control por parte de las autoridades, desde la policía hasta la secretaría de seguridad y, sobre todo, la justicia, ha permitido que este problema se expanda sin freno.
Es una realidad innegable que en cada rincón de nuestros barrios se sabe dónde y cómo se vende la droga. Es un secreto a voces que se murmura entre vecinos, pero que parece no llegar a oídos sordos. La sensación de desamparo se apodera de la comunidad mientras las autoridades miran hacia otro lado, sumergidas en la inacción o, peor aún, en la complicidad.
No somos Rosario, cierto, pero la comparación no debería ser motivo de consuelo. Mar del Plata tiene sus propios problemas, y la proliferación de la droga y la violencia callejera no deberían ser vistos como algo ajeno. La realidad es que la ciudad está sufriendo y la gente está pagando el precio. Cada día, más personas caen presas de la adicción, más familias se desmoronan y más vidas se pierden en el oscuro abismo de las drogas.
La impunidad es el caldo de cultivo perfecto para este creciente problema. ¿Dónde está la justicia cuando los delincuentes campan a sus anchas, vendiendo drogas a plena luz del día? ¿Dónde está la justicia cuando los ciudadanos honestos viven con miedo, encerrados en sus propios hogares? La respuesta parece esfumarse en el aire, mientras la impotencia se apodera de aquellos que ansían un cambio.
Es hora de que las autoridades despierten de su letargo y enfrenten este desafío con determinación. Es hora de que la policía patrulle las calles con verdadero compromiso, que la secretaría de seguridad implemente estrategias efectivas de prevención y que la justicia actúe con firmeza contra aquellos que siembran el caos en nuestros barrios.
Pero también es hora de que la comunidad se levante y exija un cambio. No podemos permanecer en silencio mientras nuestros barrios se desmoronan y nuestra gente sufre. Es hora de unir fuerzas, de alzar la voz y de exigir un futuro mejor para Mar del Plata y sus habitantes.
La droga no puede ser el destino inevitable de nuestros jóvenes ni la sentencia de muerte de nuestros barrios. Con determinación y unidad, podemos y debemos combatir este flagelo. La justicia debe prevalecer, no solo en los tribunales, sino también en las calles de nuestra ciudad. Es hora de actuar. El futuro de Mar del Plata está en juego.